De Estación

 
 
 




Hola a Todos, lo que leerán a continuación es un ejercicio libre que realizaron dos de nuestras amigas narrando su versión personal de una misma historia que les contara la protagonista de la misma. ¡Espero las disfruten!






Miriam y Eduardo decidieron que ese año las navidades serían diferentes: sin reuniones familiares, sin regalos, sin hallacas y dulce de lechosa, sin árbol de navidad ni pesebre.. Tampoco ese año vendrían los hijos del exterior, así que deciden largarse a pasar las festividades al resort que tienen en Curazao y que la verdad sea dicha, desde que los muchachos no están, cada vez se utiliza menos.

Arreglaron sus bártulos –pocas cosas para una corta temporada- y se fueron unos días antes de navidad a la isla, determinados a descansar y olvidarse del barullo decembrino. La noche de navidad cenaron en un pequeño restaurante y luego se acostaron temprano. Los días subsecuentes, transcurren entre baños de piscina y playa. Eduardo se reúne con otros veraneantes para un juego de naipes y Miriam se tumba a tomar el sol con una buena novela en las manos.
Dada la insistencia de los vacacionistas, acordaron reunirse todos a la orilla de la piscina el próximo 31 de diciembre para esperar el nuevo año. La noche del fin de año estaba fresca: una suave brisa marina y la luna iluminando el lugar, deliciosa comida y buenas bebidas –en la grata compañía de unos cordiales amigos- presagiaba una inolvidable celebración de nochevieja. Se encontraban alternando; las uvas estaban dispuestas para, con la ayuda de un radiecito que transmitía en papiamento música local, acompañar las doce campanadas: una, dos, cuatro, siete, nueve…y en eso Eduardo empalidece y cae cuan largo es…
Inútiles fueron los primeros auxilios. El médico de hotel no se encontró por ninguna parte. Se llamó a la ambulancia, la que que por supuesto no acudió por ser jolgorio y no se daba abasto para recoger tanto borracho y heridos por las reyertas; no se llegó a tiempo al hospital. Definitivamente y para desconsuelo de la llorosa Miriam, su Eduardo estaba muerto sin remisión un 31 de diciembre víctima de un infarto fulminante… El cadáver fue llevado a la habitación en espera de realizar las diligencias: buscar la funeraria y hacer todas las tramitaciones ante el consulado de Venezuela en la isla.


Dificultosamente se consiguió alguien que se encargara de los servicios funerarios. No se halló alma alguna en el consulado cerrado por vacaciones colectivas.
En vista de tan azarosas circunstancias, Miriam se puso en contacto con sus hijos y por decisión unánime el cuerpo de su marido debía ser incinerado lo ante posible y así trasladarlo, ya que no había forma ni manera de repatriar el cadáver... Luego de dos días de espera, le fue entregada un ánfora metálica con las cenizas de su Eduardo.
Sin posibilidad de resolver ninguna tramitación legal, decidió volverse a Caracas. Hizo maletas sin las pertenencias de Eduardo que dejó en el closet. Agarró el ánfora, la puso en el maletín y se fue al aeropuerto. En menos de dos horas, ya estaba saliendo con su maletín en mano por la aduana de Maiquetía, cuando la detiene un guardia nacional: Señora por favor, abra el maletín…Qué es eso tan raro que trae ahí… Un ánfora mortuoria…Déjese de mamadera de gallo y destápelo… ¿De verdad, quiere que le muestre las cenizas de mi marido?... La notó tan decidida que asustado respondió: No señora, no, mejor pase…

América Ratto-Ciarlo ©Caracas, agosto 2010
nota: Esta es otra de esas inusitadas historias de la vida real, que me contó una amiga.







América y Eugenio, después de pasar la Navidad con sus hijos y sus nietos, decidieron recibir el año en Barbados como regalo mutuo de sus Bodas de Plata. Sus hijos se encargaron de reservar con tiempo el mismo hotel a través de Hotelopia en Internet y de hacerles muchos regalos en metálico para que disfrutaran su estadía.
Tuvieron suerte los esposos de conseguir una mesa junto a la orquesta, lo que los entusiasmaba mucho, pues ambos eran excelentes bailarines. Luego de la cena, y de mucho bailar, llegó el Año Nuevo anunciado con fuegos artificiales, gritos de alegría, serpentinas, papelillos y mucha, mucha campaña.


Los no tan recién casados decidieron hacer las mismas travesuras que recordaban haber realizado un cuarto de siglo atrás, y así, entre champaña y champaña, muchos mimos y ejercicios aeróbicos aderezados con besos y abrazos, ya exhaustos, se quedaron profundamente dormidos.
América se despertó con un persistente ratón etílico y sexual bien entrado el mediodía. Quiso repetir la estupenda experiencia de la noche anterior y abrazó tiernamente a su marido, pero éste no respondió a sus caricias. Continuaba, todavía, profunda, profundamente dormido.
La gerente de la administración del hotel la ayudó en los difíciles trámites tanto del hospital, la funeraria como del Consulado de Venezuela. El médico expidió el certificado de defunción, la funeraria, que no cierra nunca por aquello de cumplir con la clientela, se llevó al difunto para prepararlo para su destino final. No ocurrió así con el Consulado de Venezuela; éste abriría nuevamente sus puertas el 7 de enero. Cualquier trámite tendría que realizarse a partir de esa fecha.
¿Entonces, qué hacer? América muy compungida, recordó que su Eugenio le había manifestado en una ocasión que él deseaba que el día que partiera para siempre, sus restos fuesen cremados y sus cenizas esparcidas en el Litoral Central, cerca de Oritapo, donde siempre, desde muy joven, había acostumbrado ir a pescar. Así se lo comunicó ella a sus hijos cuando les dio la infausta noticia y cumplió con la última voluntad del difunto. De esta manera, sumamente triste regresó al hotel portando las cenizas aún calientes de quien hasta el día anterior había sido su marido.


Una vez en la habitación colocó la cajita mortuoria sobre la cama y no pudo sino llorar y llorar al ver a lo que había quedado reducida la fuerte anatomía de su querido Eugenio, horas antes tan fuerte, cariñoso y saludable.
Al día siguiente muy temprano se dirigió al aeropuerto, llevando en su bolso de manos Cartier la preciada cajita. Colocó en las cestas documentos, pertenencias y también el bolso de manos al que no perdía de vista, hasta que le fueron devueltas sus pertenencias, luego de pasar por el escáner.


Pero, no sucedió así en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía. Uno de los muchos Guardia Nacionales apostados cerca de los controles, a pesar de haber sido ya sometidos los documentos y equipajes de América al escrutinio del escáner, le preguntó mirándola fijamente:
-Señora, por favor ¿Qué contiene esa cajita?
La doñita quiso contestar, pero no encontró explicación alguna en ese momento. Se quedó en blanco.
Nuevamente el guardia la interpeló:
-Le acabo de preguntar señora, qué lleva en esa caja del bolso de manos.
América, entonces, invocando el alma de su esposo y sudando copiosamente contestó;
-Es… son… las cenizas de mi marido. ¿Quiere verlas? ¿Las destapo?
-¡No faltaba más, señora! Déjese de bromas y pase. Siga, por favor, adelante. Y volteándose ordenó:
-¡El próximo, el próximo!

Myriam Paúl Galindo
Ejercicio literario de un caso de la vida real.
© Caracas, 26 de agosto de 2010





¡HALLOWEEN!

Tiempos de misterio, brujas, hechizos...
Inspiración, Creatividad.
Un cuento fantástico escrito a varias manos.
¿Quién se anima a iniciarlo?


 

 
 



Primer capítuloPor: América Ratto-Ciarlo

Juan Domínguez es un próspero corredor de bienes raíces: caraqueño, cincuenta y siete años, casado y con dos hijos universitarios, quien ha amasado una pequeña fortuna comprando propiedades viejas, remodelándo y revendiéndolas en propiedad horizontal. Por supuesto que él ha solventado todos los inconvenientes legales que pudieran presentársele, con el consabido “cuanto hay pa´eso”… Lleva una vida descansada ya que algunas veces vende dos o tres propiedades y el resto del año descansa o invierte sus ganancias en bonos del estado, o empresas en el exterior. Así puede decirse que lleva una cómoda y segura existencia sin mayores dolores de cabeza. Empero hay un inconveniente –nunca falta uno- con un edificito que se le ocurrió comprar, hace como ocho años, por allá por Catia cerca de la Plaza Pérez Bonalde.

El edificio en cuestión, era un inmueble pequeño, de 4 pisos que estaba en muy malas condiciones y que por lo mismo se la vendieron por casi nada. Por eso y por otras causas que el Sr. Domínguez ignoraba… El ruinoso edificito estuvo muchos años abandonado antes que él lo adquiriera. Metió a su cuadrilla de albañiles, electricistas y plomeros. Levantaron el piso y pusieron cerámica, cambiaron las ventanas y en definitiva lo dejaron presentable y habitable. Por fuera le dieron su mano de pintura y hasta quedó bonito… No más finalizado los trabajos –y con los permisos de habitabilidad necesarios- comenzó la venta de los apartamentos: 1 por piso, dos habitaciones, 1 baño… Pasaron los meses y por más que muchos fueron a verlo y que el Sr. Domínguez dio un sinfín de facilidades y hasta rebajó el precio, nunca se concretó la venta de ni siquiera un piso. Contrariado, el propietario decidió dejarlo “engordar” por un tiempo, a ver si el mercado favorecía la negociación y dedicó su tiempo a otros asuntos.

Con el transcurso de los meses, el edificio de Catia comenzó a deteriorarse aceleradamente: se estallaron todos los vidrios de las ventanas, el pasamanos de la escalera se desprendió y la pintura exterior se descascaró totalmente. El Sr. Domínguez atribuyó todo estos percances a los vándalos de la zona. Entonces reparó todo y contrató a un guardia. El susodicho desapareció a los dos días dejando el puesto de trabajo, sin siquiera cobrar su sueldo… Dijeron los vecinos que de noche se escuchaban ruidos propios de apartamentos habitados…y de día una paz sepulcral. Como si fuese poco, a los meses el edificio fue invadido por unos malvivientes. Cual no sería la sorpresa del Sr. Domínguez que, sin siquiera tener tiempo de poner la denuncia ante los organismos competentes, los ocupantes ya habían salido del edificio, como alma que lleva el diablo… Se puso a cavilar el Sr. Domínguez sobre la concatenación de tan inusuales estos hechos y decidió mudarse a uno de los pisos, para constatar por sí mismo qué estaba sucediendo allí.

Caracas, 22 de octubre de 2010





Segundo Capítulo
Por Myriam Paúl Galindo
Esa decisión la tomó el señor Domínguez a pesar de que él no era un hombre muy valiente que digamos, pues le tenía un miedo exacerbado a las cucarachas, los ratones, las arañas y, en general a todo bicho viviente que sabía ahora eran los nuevos habitantes del edificio embrujado. Sólo que los “business” son los “business” y él tenía que defender lo que tanto trabajo le había costado tener: sus casas, edificios, etc. porque, seamos justos, emprendedor sí era. Era lo único a lo que no le temía. ¡Y eso ya era mucho decir!

Una noche, luego de haberse instalado nuestro amigo en uno de los apartamentos del fantasmagórico edificio, cuando ya se iba a dormir, le dieron ganas de orinar y fue al baño, pero con tan mala suerte que un fuerte ventarrón que se coló por la ventanas rotas cerró la puerta y por más que el dueño trató de abrirla no logró resultado alguno, así que tomando las llaves y la linterna se dirigió al piso de arriba a utilizar uno de los baños, puesto que todos los apartamentos estaban vacíos.

Como el ascensor hacía meses, si no años que había dejado de funcionar, no le quedó otra alternativa que subir por las destartaladas y oscuras escaleras, pues las luces de emergencia también estaban dañadas. Así que, poco a poco y con la única luz de la linterna inició su ascenso, pero a mitad del camino repentinamente volvió la oscuridad, pues el faro de la lamparilla no le funcionó más. La golpeó varias veces a ver si podía prenderla de nuevo, pero sus esfuerzos resultaron infructuosos. Así que Juan continuó el ascenso a oscuras y en medio del roce de telarañas, cucarachas, ratones y escorpiones que albergaba, en calidad de invasores, ese triste y tétrico edificio de Catia.

Una vez alcanzado el último piso, el hombrecillo jadeaba de cansancio y de miedo. Temblando, metió varias llaves en la cerradura, hasta que, por fin, una de ellas abrió. Sigilosamente, buscó el “suiche” para prender la luz, pero era mucho pedir, Catia no escapaba a los continuos apagones que habían convertido a Caracas en la Ciudad Tinieblas, después de haberle hecho la competencia por largo tiempo a la Ciudad Luz. Entonces, en vista de la oscuridad reinante, buscó y tanteó hasta que encontró un candelabro que, afortunadamente todavía tenía un trocito de vela. A Dios gracias en el bolsillo llevaba unos fósforos que utilizaba para prender la cocina de gas y con ellos encendió el cirio y Juan fue en búsqueda urgente del baño. De pronto, otro ventarrón, le apagó la candela, por lo que al tropezar, el pobre hombre cayó al suelo y, al hacerlo, escuchó una risa burlona y una voz femenina que le dijo:
-¿Qué te pasa, guapo? ¿No ves por donde caminas? Tienes que tener cuidado para que no te vayas a romper algún hueso y tengamos que llamar a la ambulancia.

Juan se estremeció al escucharla, pues la misteriosa voz resonaba lejana como un eco, alargando cada palabra que pronunciaba en medio de las tinieblas. Entonces, para su horror, sintió que alguien lo ayudaba a levantarse: sus manos eran heladas como trozos de hielo y su figura semejaba el humo de un incienso violeta en medio de la oscuridad. Los relámpagos, los truenos y la lluvia surgieron entonces con toda su furia en medio de la noche.

Caracas, 25 de octubre de 2010






Tercer Capítulo y...
por Elpidio Saldeño

Juan, sudado y con el corazón a galope desbocado comenzó a calmarse cuando sintió que las frías manos que lo ayudaron a levantarse se tornaron de repente extrañamente cálidas y suaves. Al mismo tiempo, la voz femenina que lo recibió en la oscuridad asumió un tono tranquilizante, hipnotizante si se quiere, y hablándole firme y calladamente lo llevó a recuperar su compostura. Algo en esa voz lo llenó de confianza, al punto de que tranquilamente se sentó en el suelo, viendo la oscuridad en busca de la fuente del susurro. De repente cayó en cuenta de que la voz no era una voz propiamente dicha; era más bien la noción de una voz que se formaba en su mente; era como que le hablaran directamente al cerebro y no al oido. Telepatía? En todo caso, Juan continuó “escuchando” y su sorpresa fue mayúscula al comprender lo que la suave voz le relataba. Sucedía que en el edificio se habían refugiado las almas (espíritus, ánimas) de 28 personas fallecidas en circunstancias trágicas a manos de la delincuencia desatada en el país por causa de un gobierno que había acabado con todo atisbo de armonía social y había convertido a la población en un absoluto despelote en el cual campeaban el desorden, la irresponsabilidad, la corrupción y el crimen violento. Desde lo más alto del desgobierno se insinuaba constantemente un mensaje no escrito de que el país era un botín para el que se moviera con más celeridad, con más apetito y con menos escrúpulos, arrasando de paso con todo lo existente, sirviera o no. Palabras como destruir, demoler, acabar, no faltaban en esa permanente arenga. Ese manto de anarquía cubría a todos los estratos de la sociedad, de manera que en todos se podían encontrar delincuentes de algún tipo (de cuello blanco y de cuello azul) que vilmente, con absoluto descaro, se aprovechaban del torrente de dinero que le entraba al país rumbo a los bolsillos y las cuentas de los “asociados, relacionados y afines”, sin control alguno y sin que nadie pidiera cuentas.

Resultó ser que esas 28 almas pertenecían a fallecidos por diversas causas, todas violentas y delincuenciales. Asaltados y asesinados por quitarles un reloj, un blacberri o unos zapatos Maiquel Yordan; niñas y mujeres arteramente violadas por choros conocidos del barrio, que nadie se atrevía a señalar, la policía mucho menos; un comerciante de 55 años que murió en una desvencijada ambulancia que lo ruleteó entre 7 centros asistenciales y hospitales públicos sin encontrar socorro (en unos por falta de médico, en otros por falta de enfermeras, en otros con médico y enfermeras pero sin recursos materiales; uno por falta de corriente eléctrica…). Las mismas almas penaban por una chiquilla de 5 años asesinada por una bala perdida en un enfrentamiento entre bandas de traficantes de drogas. Aún se quejaba el alma de una anciana atropellada por una mototaxi que se subió a la acera, le pasó por encima y se dió a la fuga, el “piloto” gritándole “¡Vieja loca, fíjate por donde caminas, no joda!…” La comunidad del edificio Bolívar (que así se llamaba, igual que sopotocientos edificios, zapaterías, bares, pensiones, comederos, calles, avenidas, callejones, puentes, etc. en Venezuela) se había reunido alrededor de un único deseo: antes de pasar a la prometida “mejor vida” querían hacer justicia por sus propios espíritus, castigando a los verdaderos causantes de tantas vicisitudes violentas. No a los choros y delincuentes de toda talla que campeaban arrogante y libremente por todas partes, sino a quienes le dieron el garrote a la ciega delincuencia: a los gobernantes, ministros, legisladores, jueces y demás funcionarios que mamaban groseramente de la gran teta pública sin la menor conciencia moral. Pero por su condición de seres ya sin cuerpo, la labor que tenían en mente sólo la podían realizar a través de un humano todavía presente “de este lado”. Y el “rifado” fue Juan Domínguez, por ciertas circunstancias de su pasado y de su forma de pensar, que la voz en su mente abrevió porque el tiempo se hacía corto. Todo debía hacerse antes del amanecer del 1 de noviembre. Es decir, durante la noche de las brujas, la del 31 de octubre, que en ciertas sociedades se conoce como la noche de Halloween.

Ya a estas alturas Juan había entrado en full confianza con el ente que le hablaba (él presentía al resto de la comunidad dentro del cuartucho aunque no veía nada). Se formó un corro de 5 espíritus alrededor de nuestro personaje estrella, y luego de 20-25 minutos de discusión (Juan hablando de verdad y escuchando en su mente) se pusieron de acuerdo en un plan certero que ejecutaría Juan con unos poderes específicos que le serían conferidos y la asistencia mágica (no cabe otra palabra) de la comunidad de víctimas del Bolívar.
Juan sería dotado del don de la invisibilidad total (no lo podrían ver, ni sentir, ni presentir), una extraordinaria fuerza en los dedos de las manos y una voz firme, penetrante, autoritaria, del tipo que él escuchaba de sus panas las ánimas. Éstas se encargarían de teletransportarlo instantáneamente de un sitio a cualquier otro. El plan consistía en que Juan abordaría a connotadas figuras, actuales y pasadas, del desgobierno y les obligaría a autodenunciarse públicamente ante los medios, confesando sus fechorías y entregándose voluntariamente a la justicia (bueno, lo que existiera con ese nombre…).

Primero se hizo un ensayo con un ex-alcalde de un municipio del este de la ciudad capital. Juan lo encontró en un lujoso restaurant de Las Mercedes, deparando felizmente con 5 amigos mientras acariciaban sus gargantas con un terso escocés de 21 años de añejamiento. Todos reían y hablaban al unísono cuando repentinamente el ex-alcalde saltó de su silla, los ojos desorbitados del horror, mientras profería un desgarrador grito, y se llevaba ambas manos a su costado derecho, a la altura de la cintura, ya en terrenos de la espalda. Lo que nadie podía ver era a Juan parado firme al lado del afectado, atenazando su mantecosito cauchito con los dedos de su mano derecha y apretando con gusto mientras su presa no encontraba que hacer ante tamaño dolor. Juan aflojó de repente y el fulano cayó como un fardo a su silla, aullando, sudando y llorando desaforadamente. Sus compañeros exaltados no hallaban qué hacer: uno le daba agua, el otro lo consolaba, unos pedían a gritos un doctor o que llamaran a una ambulancia. Cuando el dolor habia cedido, Juan se acercó al doliente y le habló a su pequeño cerebro, con firmeza y autoridad, imperativamente, en un susurro demasiado convincente por la seguridad que transmitía: “Mira maldito, hasta aquí llegaste. Llama inmediatamente a una rueda de prensa aquí mismo para confesar, en vivo, todos los negocios sucios que hiciste en la alcaldía con los reales de los venezolanos. Y vas a dar nombres, todos los nombres! Y si te rehusas vas a morir de dolor, revolcado en tus propias excrecencias, aquí mismo esta noche, carajo!”. Juan terminó su ultimatum y apretó una sola vez pero con tal fuerza que el castigado pegó un grito que erizó a todos los presentes mientras sus esfínteres fallaban. La rueda de prensa se realizó y el país entero pasó la noche pegado a los televisores escuchando tamaña confesión. Los medios de comunicación no cabían en sí de tanto gozo. El día siguiente fue de hecho un día de asueto pues nadie atinó a hablar de algo que no fuese “la confesión del tipo”…

El éxito del ensayo fue total. La comunidad Bolívar y Juan celebraron. Juan comió algo y descansó (los demás no necesitaban ni comer ni descansar). Al levantarse Juan, se reunieron para trazar las acciones siguientes del plan. Ya era 28 de octubre; quedaban sólo 3 días para extender el reclamo de la justicia a la mayor cantidad de indiciados posible. Sin entrar en muchos detalles en este relato, los días siguientes Juan cumplió con una agenda intentísima en todas partes del país. Se ocupó, entre otros, de: un ministro y tres ex-ministros de Interior y Justicia, acusados de permitir el desborde del hampa común, y de la organizada también; el presidente, y dos ex, del Metro de Caracas (curiosamente la rueda de prensa confesional se hizo dentro de un vagón rodante sin aire acondicionado que se detenía a cada rato); las 3 Gracias Malas: la presidenta del CNE, la de la AN y la del TSJ, acusadas de innumerables y reiteradas violaciones de la Constitución, de mentirle al país y de falta de probidad…; varios comisarios, ex–comisarios, comandantes y agentes de las policías del país (fueron de las confesiones más largas); toda la cadena culpables del crimen lesa patria de PUDREVAL ahí entraron los amigos de CADIVI, SENIAT, PEDEVAL, BOLIPUERTOS y hasta los cubanos involucrados); también visitó varios dueños y capitanes de empresas privadas que se prestaron a negociados sospechosos con el desgobierno. Se tuvo que habilitar el Poliedro para poder albergar a tanto arrepentido mientras se constituían los tribunales sumarios que realizarían los juicios respectivos. La prensa escrita, la radio y la televisión se declararon en sesión permanente para llevar a la ciudadanía todos los actos de confesión, siempre por la vía de ruedas de prensa, y aún así no se daban abasto. Algunas hubo que grabarlas, con testigos juramentados, para pasarlas posteriormente.

Amaneció el 31 de octubre, día último del plan. En los centros comerciales habían pasado desapercibidos la cantidad de adornos alusivos al Halloween que acostumbran los comerciantes (todo el mundo pendiente de “los autojuicios”) y las máscaras y disfraces para los niños y no tan niños se quedaron fríos, por la misma causa. El “Que horror!” generalizado superó con creces el “Uuuy” de la fantasía hallowinesca.
A las 5 de la tarde, Juan reunido con su comité pasaba revista a los hechos de los últimos 2 días y medio, concluyendo que, vistas las reacciones de la población entera, el esquema había valido la pena (valga el jueguito de palabras…). Sólo faltaba un acusado por juzgar, la pepa del queso, y las 28 almas, satisfechas por el deber cumplido, podrían emprender su viaje a la siguiente vida, y Juan quedaría liberado de sus funciones, sin ningún tipo de recuerdo de lo que había sucedido. La comunidad Bolívar le aseguró que sus negocios con el edificio se enderezarían y que él recibiría justa ganancia por los excelentes apartamentos que entregaría a los nuevos vecinos. Juan se dispuso a una siesta para reponerse un poco antes de su última misión. Se levantó a los 20 minutos, se acicaló y se despidió de su familia “del más allá”, como había decidido llamarlos. Estaba preparado y dispuesto. De no haber sido invisible se le hubiera podido ver el brillo intenso de sus ojos, ese que aparece cuando estamos plenos de felicidad y energía de la buena.
Eran las 10:26 cuando Juan hizo su entrada al palacio de Miraflores. Era una noche fresca, nublada, con luna menguante. Una extraña calma ocupaba todos los rincones de la vieja casona. Pronto estarían invadidos por las más numerosa representación de prensa jamás vista en una casa de gobierno.

Iba a ser un Halloween para la historia.

Caracas, 28 de octubre de 2010